Hoy naces y no tienes idea de la alegría que me des desde el momento que me miraste los ojos. No sabes de las lágrimas que hacen carrera al salir de mis ojos porque saltaban de la felicidad.
"¡Qué sentimiento raro!"
No importa, porque ya estas y los dolores del parto para llevarte a este mundo, todos valen la pena.
No he dormido nada desde que llegaste. Tus llantos de las noches me han despabilado. También tu hambriento que tiene horario puntual demanda comida a los gritos de la noche.
"¡Que Dios me libre!"
A veces, me dije esas palabras ya que hace un mes, por lo menos, que estemos así.
Viniste del cole con lágrimas en los ojos.
"Mama! Mama!"
Llamabas con angustia.
Yo con un bol de comida desde la cocina lo solté al ver tu horrible chinchón en la cara.
"Me pegaron, Mama!"
Así, viniste corriendo abrazándome con toda tu fuerza.
Te vi caminando con orgullo arriba de la plataforma. Recibiste tu diploma con toda sonrisa y porque no. Llevabas contigo una bandera. Mi corazón saltaba de alegría y mis ojos diluvian las lágrimas.
"¡Que raro!"
Me reia. Me reia.
"¿Cómo puede traer lágrimas un corazón feliz cuando lo que sentía no era angustia sino alegría?"
Llegabas a casa en las madrugadas, y con otro "perfume" que emborrachaba a quien lo llegaba a oler un virgin nariz al olores extrañas. Aún sin permisos, te has ido de la casa con pretextos de "pasar lindo" las noches de tu vida social.
"¿Qué clase de juventud el día de hoy?"
Así me preguntaba todas las noches mientras esperaba que vuelvas a salvo dentro de mi casa.
Viniste de tu casa con preocupación en los ojos.
"Mama!Mama!"
Una y otra vez, me sigues llamando.
Esta vez veniste con otro motivo.
No vine de la cocina, ni llevaba nada en mi mano. Vine de la cama, porque la noche anterior sufrí dolor de espalda. Cosas de vejez ya me agarraban. De vos, soltaste un angelito llamándome abuela.
Con un reloj encima de mi cabeza, venía de acá para allá, tratando de ajustarme mis propias cosas de la vida con la tuya. Trabajas, estudias y encima tienes una familia y claro, todos estos te vienen muy pesados.
"¿Qué culpa tengo yo?"
A veces me preguntaba cosas que no debo? Aun así, con toda alegría seguía a tu lado.
Quedandome en la cama como los días anteriores extrañando los días de las mañanas de levantarme sin dolor. Mire para acá y para allá, solo vi a mi mascota, acomodándose en mi propia cama. Tuve que ir al baño y solo así la necesidad es más fuerte que el dolor.
"¡Lo logre!"
Siempre festejaba cada vez que me daba cuenta que todavía podía hacerlo sola.
Ya no venias mas como antes. No tengo ni idea que pueda tener tu cara si vuelvas a venir. Solo rezaba que si vendrías que no vendras con cara horrible, con chinchón, de angustia, ni de preocupación. Quien venía es mi enfermera con una bandeja, pero no de comida.
"¿Qué remedios me tenes esta vez?"
Yo la preguntaba cada mañana desde que me interne.
Caminaba muy despacio a este pasillo pintado de blanco por todo lado. Mire para acá y para allá. No conozco a nadie. Entonces caminé más y más hasta encontrarme con una amiga que no había visto por muchos años. Ella está envuelta de mucha blancura en forma de humo o como niebla, pero da un sentimiento de ternura y no de frío ni de calor.
Nos abrazamos y le pregunté que le había pasado. Me dijo que daba a luz el día que naciste, pero que ella no llegó a ver a su hijo.
"¿No llego a ver a su hijo?"
Me preguntaba, confundida de sus palabras. Estaba por preguntar, pero ella me ganó la mano, preguntándome primero.
"¿Cómo fue tu vida en la tierra?"
Llorabas y llorabas sin consolación. Veniste al final, pero ya no podemos hablar. No entiendo porque me pides perdón cuando ya no te puedo preguntar en qué te puedo ayudar. Esta vez, soy yo quien se queda sin respuesta.
"¿Por que preferiste verme en un ataúd y no en la cama del hospital?"
Hice la pregunta igual, aun sabía que ya no hay esperanza ni posibilidad de estar juntos de nuevo.
Cubre mi cara con mis dos manos para poder llorar. No salió nada, ni sentí nada.
"¿Acaso, por fin, se acabaron las lágrimas?"
Sentí un alivio y una sonrisa en mis labios. Mire mi cuaderno. Estuve escribiendo mis sentimientos.
"¿Sería verdad que escribir mis penas es una terapia efectiva?"
Di vuelta la página de mi cuaderno. Me quede sorprendida por la blancura de la página. Trate de pensar más que escribir. No me salía nada. Levante mi mirada y tampoco vi nada ni nadie.
Entonces, volví a mirar mi cuaderno. Esta vez, vi algo redondo en el medio de la hoja. Pase un dedo y estaba mojado. Me di cuenta que en una mejilla mía se cayó algo.
Una lagrima. Mi última lágrima.
Entonces, firme mi cuaderno, Madre.
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